“Para
el futuro para el pasado, para la época en que se pueda pesar libremente, en
que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios…
Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho:
Desde esta época de uniformidad; de este tiempo de soledad; la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar… ¡muchas felicidades!”
George Orwell
Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho:
Desde esta época de uniformidad; de este tiempo de soledad; la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar… ¡muchas felicidades!”
George Orwell
Y ahí ellos lloraron... crucificados... condenados por siempre. |
Según Castoriadis la institución es lo que marca la
humanización del hombre[1],
en tanto la institución nos provee de significaciones imaginarias, así mismo
nos da un sentido de existencia. Nuestro único modo de sobrevivir es a partir
de la creación de la sociedad y la imposición de leyes. Pero realmente ¿cómo
hemos llegado a este punto? ¿Cómo es que el hombre se dio la tarea de imponerse
normas o institucionalizar imaginarios? Desde Freud podríamos remitirnos al
mito de la Horda Primitiva, en donde a pesar de que el clan asesino al padre,
esto no fue suficiente para transgredir su ley. El haber negado a las mujeres a
pesar de poder poseerlas, el sentimiento de culpa y el haberse prohibido entre
ellos mismos a las mujeres, es decir la prohibición del incesto llevo a que
esta nueva organización diera paso a sociedades.
“Lo
que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos se lo prohibieron
ahora en la situación psíquica de la «obediencia de efecto retardado
{nachträglich}» que tan familiar nos resulta por los psicoanálisis. (…) La
necesidad sexual no une a los varones, sino que provoca desavenencias entre ellos.
Si los hermanos se habían unido para avasallar al padre, ellos eran rivales
entre sí respecto de las mujeres. Cada uno habría querido tenerlas todas para
sí, como el padre, y en la lucha de todos contra todos se habría ido a pique la
nueva organización"[2]
Esto dio origen al tabú totémico que prohibía matar y destruir el objeto
totémico, así mismo a la exogamia lo cual Freud plantea que esta conectada con
el tótem. La prohibición
del incesto dio paso a que se formaran mayor cantidad de tribus según
el animal totémico al que adoraban, puesto que era prohibido relacionarse con
una mujer del mismo clan. La añoranza del padre, la culpa del asesinato son los
cimientos de nuestra sociedad, la base para la cultura misma.
Si
analizamos este paso de la naturaleza a la cultura, los cimientos del porque
hicimos
sociedades son característicos de conductas violentas. Por lo tanto, la
base ideológica de la institución es por inercia altamente violenta porque
además de instaurar un orden absoluto, transgrede contra los pensamientos
individuales y exigen tributos, sacrificios y demandas que no se pueden
satisfacer, generando una angustia y representaciones insoportables.
2001: Space Odyssey. Escena que me remite a la horda primitiva |
“"(...) las instituciones son lugares que no pueden
impedir la emergencia de lo que estuvo en su origen y contra lo cual surgieron
a la existencia: la violencia fundadora. Pese a los esfuerzos que las
instituciones ponen en práctica para encubrir las condiciones de su nacimiento,
son y siguen siendo herederas de uno o varios crímenes ("La sociedad
descansa ahora sobre una culpa común, un crimen cometido en común".
"Hay un acto memorable y criminal que sirvió como punto de partida a
muchas cosas: organizaciones sociales, restricciones morales, religiones".
S. Freud)"[3]
La
institución es un ejemplo a seguir, se convierte en un prototipo
incuestionable, un modelo que regula los
valores, las normas, los pensamientos y acciones; si el individuo no esta
adecuado al modelo su conducta debe ser modificada. El comportamiento siempre
debe ser de acuerdo al ideal propuesto. Las instituciones logran que los sueños
y deseos se vuelvan colectivamente interiorizados y socialmente aceptados, que
sean fantasmas y proyecciones prácticamente ilusorias, tan transparentes y
silenciosas que tienen un poder por sobre lo inconsciente y por ende, por lo
que creemos poder controlar. Proveen de un sentido fraternal y hasta uno
espiritual, ya que como Freud plantea en Malestar en la Cultura el sentimiento
«oceánico» que proveen las religiones (y algunas instituciones) del ser-Uno con
el Todo, ilusiona y nubla la realidad del sujeto; haciéndole sentir un yo
completo y de infinita felicidad.
La institución logra que no seamos dueños de nuestros deseos. |
Este
sentimiento de completud provoca una repetición en la sociedad debido a la
elución de la angustia. Pero esta obsesión
de la plenitud como lo llamaría Enriquez nada más nos demuestra que existe
una semejanza de los sujetos con una especie de ser inerte, que cae en un
estado permanente y que no es autor, ni creador de ninguna fuente creativa.
“(…) a partir del
momento en que una institución vive bajo el modelo comunal, tiende a evitar las
tensiones o, al menos a mantenerlas en el nivel más bajo posible. Funciona como
un sistema que se caracteriza por una autorregulación simple, que permite la
preservación de estados estables (homeostasis) y por el constante aumento de la
entropía (rechazo de toda creatividad) (E. Enriquez, 1972b; J. Laplanche,
1986), aumento tal en ciertos casos que el único camino que que queda es el
regreso al estado anorgánico (S. Freud, 1920). Siguiendo a A. Green, podríamos
decir que promueve “un narcicismo de muerte” (1983). Tánatos se despliega en el
lugar mismo donde parecía dominar Eros”[4]
La institución hace creer al sujeto que promueve la vida, que llena su falta pero realmente su producción equivale a la destrucción del sujeto, a la implantación de deseos. |
Es
muy importante recalcar el último fragmento “Tánatos
se despliega en el lugar mismo donde parecía dominar Eros” puesto que esta
imagen ilusoria de completud es sólo una manera para llevar al individuo a
permanecer de ente inactivo, sin voluntad, ni progreso, supeditado a los
dictámenes de la institución.
La
ley es semejante al padre y en tanto la institución es la ley, pareciera ser
que le provee a sus hijos un sentido mítico y simbólico del imaginario que se
debe tener acerca de la evolución de la institución. Es fundador de héroes,
contador de relatos, instaurador de rituales y costumbres. Estas instauraciones
y significaciones impuestas en el otro enganchan al sujeto y obliga a este a
modificar su existencia y a vivirla bajo este orden establecido. Enriquez lo
menciona y comenta que estos mitos se vuelven invasores y atrapando al sujeto,
“y al querer devolverles la vida, les quita toda posibilidad de escapar a la
ruina que los acecha, aun cuando temporariamente parezca proporcionales un
nuevo elemento de cohesión.
Este
sentimiento de cohesión y completud también se puede observar en las masas que
es muy importante para el comportamiento colectivo dentro de las instituciones.
Movimientos como el Nacional Socialista en Alemania durante la segunda guerra
mundial tienden a ser partidarios de este comportamiento donde los sujetos
pierden toda su individualidad. Al sentirse parte del colectivo, les da una
ilusión de poder, donde sus acciones carecen de decisión propia y es más bien
un acto realizado hacía la aceptación del grupo.
“Los principales
rasgos del individuo integrante de la masas son, entonces: la desaparición de
la personalidad conciencia, de los sentimientos e ideas en el mismo sentido por
sugestión y contagio, y la tendencia a transformar inmediatamente en actos las
ideas sugeridas. El individuo deja de ser él mismo; se ha convertido en un
autómata carente de voluntad”[5]
Entonces ¿por qué lo llamamos la muerte
en las instituciones?
No
es porque las instituciones estén muertas o porque vayan a morir, de hecho las
instituciones inscriben todo orden cultural, social: sin instituciones, sería
inconcebible cualquier civilización. [4] Entonces la muerte en las
instituciones hace referencia al ente inerte en el que nos convierte, que a
partir del engaño de proveernos existencia, de un sentimiento infinito de
felicidad y placer no es más que una instauración que nos ata, nos obliga y nos modifica. Nuestra
imaginación y creatividad han sido asesinados, hemos sido desprovistos de
cualquier especie de individualismo u originalidad puesto que así como plantea
Castoriadis al preguntarse ¿cómo hacer una teoría de la institución?, yo me
pregunto ¿cómo aislarse de la institución? Si hasta lo que significa aislarse
esta institucionalizada a través del lenguaje. Pero el “intentar de aislarnos”
es como un suicidio, la institución nos da un sentido de existencia pero además
nos provee las mismas herramientas para construirnos ese sentido, y si para
obtener esta ilusión hay que sacrificar cualquier indicio de “estar vivo” vale
la pena puesto que irónicamente es lo único que nos mantiene activos.
A pesar de todo, realmente la institución es la única que nos provee de un sentido, la que nos hace ser humanos, cultura y sociedad, tradiciones y costumbres, significaciones y significantes. |
Autora: Paloma López Quintero
Todos los derechos reservados.
Bibliografía
Castoriadis,
Cornelius. Figuras de lo pensable. Fondo de cultura económica, México, 2002.
Enriquez,
Eugène. La institución y las instituciones. Editorial Paidós, Buenos Aires,
Argentina, 1998.
Freud, Sigmund.
Tótem y Tabú y otras obras en obras completas tomo XIII. Amorrortu, Buenos
aires, Argentina, 2005.
Freud, Sigmund.
Más allá del principio del placer. Psicología de las masas y análisis del yo y
otras obras en obras completas tomo XVIII. Amorrortu, Buenos aires, Argentina,
2005.
Freud, Sigmund.
El porvenir de una ilusión. El malestar en la cultura y otras obras en obras
completas tomo XXI. Amorrortu, Buenos aires, Argentina, 2005.
[1]
Enriquez, Eugène. La institución y las instituciones. Editorial Paidós, Buenos
Aires, 1998. Página 86.
[2] Ibid Página 86.
[3]
Freud, Sigmund. Más allá del principio del placer. Psicología de las masas y
análisis del yo y otras obras en obras completas tomo XVIII. Amorrortu, Buenos
aires, 2005. Página 72-73
[4]
Enriquez, Eugène. La institución y las instituciones. Editorial Paidós, Buenos
Aires, 1998. Página 85.
[5] Castoriadis, Cornelius. Figuras de lo pensable. Fondo de cultura económica, México, 2002. Página 122.
[6] Freud,
Sigmund. Tótem y Tabú y otras obras en obras completas tomo XIII. Amorrortu,
Buenos aires, 2005. Páginas 145 y 146.